viernes, marzo 28, 2008

d.ES.ierto

Me parece adecuado, hablar del desierto como una etapa que viene y va durante la existencia humana. Hace muy poco acabo de entrar en lo que yo llamaría mi desierto, una etapa espiritual tan necesaria como incómoda. Encontré en el blog de Matias Zibell (en la foto) un post sobre su trayecto en el desierto occidental de Egipto, atravesando los llamados "mares de arena", soportando condiciones extremas en las que indudablemente ocurre un ajuste de la perspectiva del ser humano sobre lo prioritario, lo esencial. Matías escribe lo siguiente:
"Aunque sólo el 15% del desierto del Sahara está cubierto por dunas, al menos cuatro mares de arena se derraman sobre la piedra y la gravilla de Marruecos hasta Egipto. Sus dunas se suceden unas a otras como las olas de un océano petrificado y existe el mismo riesgo de naufragar en ellas que en el azul profundo. Con un calor sofocante los últimos tres días de viaje, uno aprende que en ciertos momentos y determinados lugares de nuestra vida lo más importante no es la velocidad de nuestra conexión a internet, el humor en nuestro lugar de trabajo o la incertidumbre por lo que depara el futuro, sino encontrar un sitio debajo de una sombra.
Cuando algo tan sencillo como una parcela de obscuridad se vuelve tan valioso, uno se pregunta si nuestra vida "normal" no depende de demasiadas condiciones para mantenerse a flote. Condiciones artificiales y caprichosas que nos controlan y de las cuales no depende, como en el caso de la sombra, nuestra supervivencia sino nuestra comodidad.
El desierto también nos recuerda que
el tiempo, al menos entre sus dunas, no está regido por lo que impongan las manecillas de un reloj sino por el camino del Sol, la llegada de la noche y las horas que te lleve ponerte en movimiento y desplazarte por la arena. Cada vez que una camioneta o una moto quedaban atrapadas, nuestros guías repetían el mismo ritual para desenterrar las ruedas, sin apurarse ni maldecir por el contratiempo. Nosotros los observábamos concentrados como si pudiéramos acelerar sus movimientos con nuestra mirada, pero el desierto no tiene prisa y disfruta además con la prisa ajena.
Cualquiera que se interne al Gilf debe llevar sus reservas de agua, sus alimentos y su combustible para toda la travesía ya que no encontrará nada hasta que regrese al oasis. Por eso nos asombramos como niños al ver esos escarabajos, zorros, arbustos y árboles de acacia en nuestra ruta, investidos con la dignidad del superviviente.
La vida lucha todos los días en el desierto por no desaparecer de la faz de la Tierra y aunque la pelea es terriblemente desigual, nadie ceja en su empeño por seguir existiendo."
Justamente esa es mi lucha en este desierto, ENTONTRAR UN LUGAR DEBAJO DE DIOS MI SOMBRA, Y LUCHAR POR SEGUIR EXISTIENDO, en todo el ancho, alto, peso y espesor de existir, todo lo que implica existir cabalmente, plenamente, en mi espacio, en mi tiempo, en mi país, mi universo, mi mente, en mi corazón, en mi pasado, en mi futuro, en mi presente: existir. Dejar una marca como la que deja un mueble pesado y robusto en el piso, dejar en la memoria el color y olor intenso de una flor abierta que se ofrece, dejar el espacio vacío e indentado que queda después de la primera cucharada de gelatina/ Cualidades inhumanas/ tan humanas y tan importantes. Impactar mi mundo como la piedra lanzada al agua profunda dejando formas infinitas que a pesar de su fugacidad mueven las cosas por un instante después del cual no serán iguales ni la piedra ni el agua, como diria Heraclito: "Todo fluye todo cambia nada permanece". Si todas estas reflexiones las logro hacer vida en este desierto, si ocurre en mi ese necesario ajuste de la perspectiva podré decir lo que le escribió Pablo de Tarso a los habitantes de Filipo, palabras tan llenas de fe y tan cercanas a mi esperanza:
"Por él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él...
Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo misma alcanzada por Cristo Jesús. Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado. Digo solamente esto: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho... De todas maneras, cualquiera sea el punto adonde hayamos llegado, sigamos por el mismo camino" (Filipenses 3, 7-16)